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Detenernos un instante

23 Abril 2024


Hace pocos días se dio a conocer la Encuesta Bicentenario UC. Lo que muestra, de entrada, es que se sigue erosionando gravemente nuestro capital social; esto es, el entramado de relaciones entre personas que facilitan las acciones coordinadas y la cooperación. Cunde la desconfianza entre las personas, y la fe en las instituciones no repunta, salvo hacia Carabineros. Esto da algunas pistas de por qué se ha multiplicado la ‘permisología’ y cae la productividad.
Pero hay más. La participación en grupos organizados es baja. Hay temor de caminar por el barrio. Se siente vivir en una sociedad que no protege los derechos ni atiende las necesidades, y que está cruzada por conflictos, especialmente por la demanda mapuche, la inmigración y la guerra gobierno-oposición. De la mano con esto, la disposición a dialogar con personas que piensan distinto es baja: mejor cancelarlas, bloquearlas, sacarlas del radar y recluirse en la propia tribu.
La inmigración se la estima excesiva, y se le imputa haber hecho de Chile un peor país para vivir. Fuerte. La clave está en la delincuencia: nueve de cada diez chilenos asocia su aumento a la inmigración. Esta percepción, sin embargo, no coincide con la experiencia. Quienes estiman que ella limita las posibilidades de trabajo están bajo la mitad. Adicionalmente, la mayoría declara no interactuar frecuentemente con extranjeros, y el número que admite haber tenido malas experiencias con ellos es ínfimo.
La inmigración se ha vuelto, literalmente, un chivo expiatorio al que asignamos el origen de toda suerte de desgracias. Hay que estar alertas, pero tampoco exagerar. La encuesta muestra que no estamos aún ante una epidemia de xenofobia. Predomina largamente el apoyo a la no discriminación en materia de derechos sociales entre chilenos e inmigrantes legales, y como se dijo antes, no se reportan fricciones en la vida cotidiana.
El déficit de capital social y la desconfianza en las instituciones, de un lado, y el temor, la intolerancia, las víctimas propiciatorias y la polarización, del otro, se alimentan entre sí e imperceptiblemente empujan a las sociedades a respuestas autoritarias. Lo muestra la historia hasta la saciedad.
Pero la encuesta ofrece también buenas noticias. Hay menos tolerancia al uso de la violencia y más respaldo al empleo de la fuerza pública. La familia y los amigos, que son la base de la socialización, siguen en pie. Contrariamente al fatalismo que reina en la arena pública, las expectativas respecto al país y a las posibilidades que ofrece, si bien bajas, no se han desplomado; incluso han mejorado levemente, excepto en un ítem: la ilusión de obtener casa propia se ha hundido dramáticamente, algo que podría explicar muchos de los confusos malestares que hoy acosan a los chilenos.
En la actualidad, un gobierno de extrema izquierda produce más temor que uno de extrema derecha. Pero de esto no se deriva una total consolidación de la ola conservadora. Los valores liberales se mantienen firmes, como lo indica el respaldo al aborto y al derecho de las parejas homosexuales a casarse y a adoptar hijos. Lo mismo pasa con lo que podríamos llamar la pulsión socialdemócrata. En la polaridad igualdad social, Estado activo y garantista, prevención comunitaria contra delito y más impuestos para pagar salud y educación, o en oposición a ello, crecimiento económico, esfuerzo personal, equipamiento policial contra el crimen y menos impuestos para que cada uno pague su salud y educación, las preferencias se inclinan por el primer polo. Mala noticia para la filosofía tipo Robinson Crusoe, que inspirara el retiro de los fondos previsionales, el homeschooling y el ‘¡con mi plata no!’.
Cada año, cuando se publica la Encuesta Bicentenario UC, haríamos bien en detenernos un instante para analizar la radiografía que nos ofrece de la sociedad que nos cobija y que construimos entre todos; hacerlo en universidades, directorios, salas de redacción y, especialmente, en el Congreso, que tiene la responsabilidad de representarla.
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