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La buena educación

28 Agosto 2012


La semana pasada me topé junto a mi escritorio con uno de los varios libros que han surgido a la luz del movimiento estudiantil. Se llama “La Mala Educación” (sí, igual que otros que han salido). Este era el de Fernando Atria. En él el autor intenta, con mucha claridad, recoger algunas de las ideas que, a sus ojos, inspiran al movimiento estudiantil en Chile. Ese movimiento que clama por el rescate de la educación pública; de la educación estatal y gratuita.

Ese mismo día en Youtube revisé la película argentina “La Educación Prohibida” (lleva casi dos millones de vistas en Youtube). Cinta que da cuenta de una crítica al modelo de enseñanza de la educación pública, con un discurso ya exhibido por otros expositores, como el inglés Ken Robinson.

Lo interesante, a la luz de estas publicaciones y de lo que vivimos en Chile con el movimiento estudiantil, es cómo la consigna fundamental de la educación pública, gratuita y de calidad, se complejiza cuando ponemos el foco en la calidad. No cualquier educación pública gratuita es de calidad, y no cualquier sistema estatal la entrega. La crítica de la película no es nueva ni irrebatible, pero entendiendo que es una película, más que ponernos a discutir sobre educación pública, vale la pena rescatar el enfoque en el modelo de enseñanza.

Porque pareciera ser que esta discusión sobre educación pública y privada, sobre Estado y mercado en la educación chilena terminará siendo estéril en la mejora de la calidad de la educación si no miramos la sala de clases. Ya que ni el Estado, ni el mercado entran a a las aulas, lugar donde nuestros niños pasan más de 12 mil horas frente a un profesor.

Así, la discusión de la calidad educacional tiene que ver mucho más con personas que con sistemas. Existen en el mundo sistemas educacionales exitosos que usan exclusivamente educación particular subvencionada; otros muy centralizados por el Estado; algunos que favorecen que las municipalidades impartan la educación, y otros que tienen gobiernos locales… En el mundo no hay un sistema exitoso que predomine. Sin embargo lo interesante es que siendo modelos distintos, todos tienen en común el ser capaces de poner al centro al estudiante y al profesor, como las personas determinantes en el proceso educacional.

Para estos países todos los niños pueden aprender, no importa sus recursos, deficiencias, colores o problemas. Todos pueden aprender. Y los profesores son los profesionales más capacitados para lograr el aprendizaje de los alumnos. Nadie que no haya sido seleccionado y formado en la máxima exigencia entra a la sala de clases.
Al salir de Cuarto Medio la mayoría de los estudiantes no sabe escribir o leer bien. Muchas de las salas de clases son un encierro de 8 horas al día, en cuatro paredes, y con un timbre carcelario. Sólo el 1% está a nivel de países desarrollados si evaluamos las pruebas internacionales.

Y estos son los resultados, a pesar de que los gastos del Estado y del mercado, no son pocos. El presupuesto de educación son casi 12 mil millones de dólares al año. Con el dólar a $480, esto equivale a $5.760.000.000.000 pesos (cifra no fácil de empalabrar) que, si se dividen entre 4 millones de estudiantes (sumando los de educación inicial, escolar y superior) son $1.440.000 pesos al año por cada uno; 120 mil pesos al mes aproximadamente (aunque, finalmente, entre los alumnos en etapa escolar, de esa cantidad no llega más de un tercio a la sala de clases). Todos estos cálculos son sin contar cuánto gastan los privados.

Es fácil atacar el sistema educacional en Chile y pedir cambios a las leyes que lo soportan, compararlo con los países desarrollados, mostrar las fallas, sus desigualdades, los problemas de inclusión, lo mucho que nos falta, las implicancias negativas que tiene en nuestra sociedad, las expectativas insatisfechas, los efectos de políticas públicas y la problemática sistémica. Y como es fácil atacar, se nos olvida lo difícil: mirar a la sala de clases y ver que, sin importar el sistema que tengamos, si no contamos con profesores capacitados y dispuestos a enseñar, y niños con expectativas de aprender (eso se construye) ningún sistema funciona.

La educación municipal, la estatal y las particular subvencionada pueden ser importantes, pero la buena educación, la educación de calidad para todos lo es más. En tal medida, es necesario dejar de lado las intenciones de hacer desaparecer uno u otro sistema y poner los esfuerzos en tener a los mejores liderando nuestros colegios y nuestras salas de clases. Y esto no se logra con tomas, guanacos y discursos. Se necesita el esfuerzo del Estado y de privados por mejorar las condiciones laborales, las exigencias y la formación de nuestros directores y profesores, junto con el apoyo de los apoderados a la educación de sus hijos. Un cambio de actitud que no requiere necesariamente de leyes para comenzar, sino del real compromiso de todos con la buena educación.

Hernán Hochschild, director ejecutivo de Elige Educar.

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