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Se inicia la temporada de bonos

18 Marzo 2014


Ya no es novedad que marzo es el mes de los bonos. Lo fue en el programa de Piñera y lo vemos hoy en el de Bachelet. No hay ninguna sorpresa en el despacho del proyecto de ley que entrega el “Aporte familiar permanente de marzo” en los primeros días de asumido el nuevo gobierno. Recordemos que en el período de Lagos se ofrecieron cuatro bonos extraordinarios y tanto Bachelet, en su primer mandato, como Piñera pagaron cinco.

Tal como ha sucedido en procesos previos, lo más probable es que este proyecto tenga un trámite bastante expedito y sea aprobado por amplia mayoría. Nuestros representantes políticos son, en general, reacios a frenar este tipo de proyectos por asistencialistas que sean. Entonces, ¿para qué comentar siquiera esta moda? Hay al menos tres situaciones preocupantes en este tipo de iniciativas, sobre las que vale la pena insistir.

En primer lugar, es una lástima que los bonos sean uno de los  instrumentos más utilizados en la política social y denoten la falta de creatividad para abordar las problemáticas que buscan resolver. Existe amplia evidencia para afirmar que la superación permanente de la pobreza no está mediada por transferencias monetarias, sino por el fortalecimiento del capital humano y la empleabilidad. Conocemos una vasta literatura que muestra que en la medida que hay más transferencias monetarias, disminuye la disposición a trabajar. Los bonos, aunque son instrumentos legítimos para contrarrestar las circunstancias sobrevinientes por las que puedan atravesar las familias pobres -como un alza repentina en los precios de los alimentos, una catástrofe, un shock económico-, sólo son un paliativo que pueden tener un sentido de compensación o apoyo puntual, pero no son un instrumento adecuado en el mediano plazo. Efectivamente, al comparar los resultados de las encuestas Casen 2009 y 2011, se puede constatar que la proporción de los subsidios monetarios en el total de los ingresos de los hogares había disminuido de manera importante. Este dato es un buen indicador de que las transferencias se comportaron como correspondían (contracíclicamente), creciendo en un período de menor actividad económica, pero disminuyendo en un período de mayor actividad.

En segundo lugar, si bien en los gobiernos previos se habían creado bonos con una justificación temporal, en la práctica se han entregado con una regularidad casi anual y sus criterios de selección son muy similares, dirigiéndose al mismo segmento de población. Estos pagos han pasado a ser parte de los beneficios sociales que la población “espera” del Estado. Esto genera un claro incentivo a situarse bajo las condiciones de beneficiario, sin premiar el esfuerzo por superarse económicamente.

En tercer lugar y a partir de lo anterior, quizás lo que más preocupa es saber en qué medida la política social futura contempla la entrega de más bonos por diversas circunstancias, por justificables que éstas sean. La señal que se da con estas medidas es que la política de protección social tiene un sesgo más asistencialista que contributivo. Precisamente, el éxito de toda política social será el tener una mayor proporción de la población autónoma, que se incorpora a la fuerza de trabajo y que no depende de las transferencias del Estado.

Ignacio Irarrázaval, director del Centro de Políticas Públicas UC.

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